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Nos estamos quedando sin genios.

Título: Nos estamos quedando sin genios.

Fecha de publicación: 22/04/2014, por Lauris

Resumen: Meditación sobre la muerte de Gabriel Gacía Márquez

Descripción: 

A veces los genios se camuflan detrás de personas enfadadas o difíciles de aguantar. A mí me pasa con Dalí. Cuando miro con calma una de sus pinturas me transporto a un mundo que no había encontrado hasta que lo encontré a él. Pero cuando observo su figura personal, su forma de actuar, sus posicionamientos políticos… no me gusta ni un pelo. Pero está claro que la pintura es la pintura y que el personaje no está necesariamente ligado a su obra.

Con gran tristeza hemos sabido que esta semana pasada se nos ha ido en México, donde vivía, don Gabriel García Márquez, a quien me resisto en llamar Gabo, como mucha gente. Por puro respeto.

Cuando estaba a punto de entrar en la universidad, a mediados de los setenta, descubrí un día una novelita que se titulaba “La hojarasca”, de un autor cuyo nombre me sonaba de lejos… Ese libro me abrió las puertas de Macondo, esa ciudad mítica en la que se desarrollan muchas de las historias de Gª Márquez. Luego fueron cayendo otros como “El coronel no tiene quien le escriba” o “Los funerales de la Mamá Grande”, y por fin, completamente seducido por la forma de contar historias de ese hombrecillo de bigote denso y “cara apretada” y sonriente, entré en el universo de “Cien años de soledad”…

¡Guau! Hace un par de días me di cuenta de la gran verdad que se escondía en las palabras que escuché en un documental que emitieron en TVE sobre su figura (cuando uno se muere, todo son alabanzas y reposiciones de entrevistas, etc.): decía que los anglosajones tienen una tradición “mágica” que viene de antiguo pero que él echaba de menos una mitología latinoamericana, en el sentido de esa capacidad de salirse del mundo “normal” y zambullirse en un universo como había hecho Tolkien, por ejemplo. Y él lo hizo, Gabriel García Márquez ha sido capaz de transportarnos a unos niveles de realidad (¿o de ficción?) en los que nos sorprendemos cuando vemos al gitano Melquiades que nos muestra el hielo en el Macondo tropical y no nos extrañamos cuando Remedios, la bella, asciende envuelta en su vestido blanco hacia el cielo después de salir de misa…

La expresión “realismo mágico” cobra sentido completo cuando entramos en la magia de Gª Márquez y luego sus colegas como Cortázar, Vargas Llosa, Borges, Onetti, Rulfo, etc. nos abren las puertas de un Nuevo Mundo en sentido estricto.

Nada pudo ser igual. Después de leer a Gabriel García Márquez hay algo que nos ha cambiado en el interior. Nos sorprende su aparente simplicidad en el lenguaje, producto de una enorme cantidad de trabajo, su riqueza de expresión y su forma tan “de abuela” de contar las historias, capturándonos en ellas como una araña nos atraparía en su red…

Una vez que se entra en esa forma de contar historias, uno se vuelve adicto y no se conforma con una narración tradicional. Este grupo de genios han revolucionado el mundo de la ficción (y no sólo en castellano) de una manera definitiva.

Es curioso recordar, ahora que Gª Márquez se ha mudado definitivamente a su Macondo particular, cómo él mismo hablaba de que Cien años de soledad era una novela que estaba bien, pero que no le satisfacía completamente, cosa que sí sentía con El amor en los tiempos del cólera, que, como dijo don Gabriel, era una novela con los pies en el suelo, una historia de amor como tienen que ser las historias de amor, con un final eterno.

Como su genio.

Acabo de escuchar que su viuda y sus hijos están pensando en editar a mediados de agosto de este año una última obra póstuma en la que estaba trabajando, con seis finales diferentes, ninguno de los cuales satisfacía completamente a Gª Márquez, sobre una mujer que se llama María Magdalena…

Curioso: el río Magdalena es el que acoge a los amantes que viajan sin fin, en una cinta de Moebius literaria y romántica, al final de El amor en los tiempos del cólera…

Igual que el Cid Campeador ganaba batallas después de muerto, don Gabriel se nos ha escapado entre los dedos sin que hayamos tenido la ocasión de darle las gracias con, por ejemplo, un Premio Cervantes. Los suecos le otorgaron un Nobel y sus compatriotas de lenguaje no hemos sido capaces de ofrecerle nuestros respetos, quizás porque no era políticamente correcto en sus amistades con Fidel Castro, su radicalidad lingüística frente al academicismo oficial…

Pero es que los genios son genios, y ya está.

Hasta siempre, don Gabriel.